3Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.4Él nos eligióen la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.5Él nos ha destinado enla persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
6para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.7Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
8El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
9dándonos a conocer el misterio de su voluntad.Este es el plan
que había proyectado 10realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
COMENTARIO ALCÁNTICO DE LA CARTA A LOS EFESIOS
Inmediatamente empieza Pablo su carta conun himno al plan divino de salvación. Y esta obligada alabanza de Diosnos da qué pensar. María entonó suMagníficat, y lo comprendemos; Zacarías cantó suBenedictus, y sabemos por qué. Pero aquí no hayningún pretexto visible para este himno de alabanza con que empiezanuestra carta. Todo lo contrario: Pablo escribe en calidad deprisionero. Reflexionemos sobre lo que esto significa: prescindiendode todas las privaciones exteriores, con el impulso del Redentor en elcorazón, con el encargo divino de llevar el Evangelio a todo el mundo,con la preocupación por todas las iglesias que de él necesitan,Pablo está allí detenido día tras día y añotras año, encajonado entre cuatro irritantes paredes que lo circundan. Yen medio de este dolor y, humanamente hablando, del fondo de la oscuridad selevanta este canto de acción de gracias a Dios. Ciertamente, le basta elpretexto de una carta a una comunidad lejana y desconocida, le basta elrecuerdo de una fe común, para que su alma se desborde en acciónde gracias y en alegría radiante. Así es el cristiano Pablo, yasí se presenta ante sus cristianos: desbordante de alegría en lafe y de gratitud. Pero esto no es más que el comienzo de aquellaplenitud, de aquella indestructible alegría en la fe, que, descollandode la más simple monotonía y surgiendo lozana de en medio de lastribulaciones, nos aporta el testimonio deslumbrante de que nuestrocristianismo es un «mensaje alegre», no sólo en el nombre,sino en la realidad misma.
«Bendito sea Dios, Padre denuestro Señor Jesucristo». En sí cabríajustificar aquí la alusión, en la alabanza, a Dios creador. Muypoderosas razones habría para ello. Pero para Pablo retrocede el Dioscreador para dar paso al Dios de la revelación, «el Dios y Padre denuestro Señor Jesucristo». ¡Qué nombre de Dios! En elAntiguo Testamento, Dios se llamó a sí mismo y quiso ser llamado«el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob». Ya este título erauna vibrante confesión de fe. Pascal narra cómo en una venturosanoche pascual se le reveló por primera vez la profundidad y laalegría que llevaba consigo este nombre: «el Dios de Abraham, deIsaac y de Jacob». Ello quiere decir que Dios no es el lejano yfrío Dios de los filósofos, sino el Dios de la historia, quedesde una infinita lejanía se inclina sobre los hombres y que en undeterminado momento de la historia, en un determinado lugar de nuestra tierraescoge a los hombres como amigos, hombres cuyos nombres conocemos: Abraham,Isaac y Jacob. Y en consecuencia este Dios, en una movida historia de casi unmilenio y medio, se ha ido siempre compadeciendo de su pueblo, a pesar de tantainfidelidad, de tanta apostasía y de tanta traición, enatención a aquellos antepasados, sus amigos. Necesitamos conocer estetrasfondo para valorar lo que para el judío Pablo significa nombrar aDios, no ya el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, sino «el Dios y Padre denuestro Señor Jesucristo». Es la suma de todo el cristianismo:Jesucristo es nuestro Señor, nos pertenece. En Élpodemos llamar «Padre nuestro» a Dios, en un sentido nuevo sinprecedentes.
«Que nos ha bendecido en lapersona de Cristo con toda clase de bienes espirituales ycelestiales». Así resume Pablo el contenido total del don conque Dios nos ha agraciado. Pablo llama a la bendición de Dios unabendición «espiritual». Esta palabra lleva siempre consigo, ensan Pablo, una actuación del Espíritu Santo, ligada a supresencia personal en nosotros. Y así tenemos en esta brevefórmula de nuestra salvación una alusión a las trespersonas de la Santísima Trinidad: el Padre nos bendice con todabendición, al darnos su Espíritu Santo, por medio de CristoJesús.
«Él nos eligió en lapersona de Cristo, antes de crear el mundo...». ¿Quién denosotros piensa en esta elección desde la eternidad? Para Pabloes el pensamiento que más le estimula: desde la eternidad yo, cristiano,fui objeto de un amor divino. Ni pensar siquiera en algún méritoprevio por nuestra parte. Aquí reside la pura liberalidad de Dios; ypara poderme amar a mí, no sólo como criatura, sino como hijo,con amor paterno, me ha elegido desde la eternidad «en CristoJesús». Esto quiere decir: desde siempre mi vinculación alpensamiento divino pasaba por Cristo Jesús y sólo por estaunión con Cristo pude ser digno del amor del Padre.
Esta elección tiene un finpróximo y un fin último. El fin próximo es una verdaderavida cristiana en este mundo. Con tajante brevedad es definido así porPablo: «para ser santos e inmaculados o irreprochables anteél». «Santo» significa separado de todo lo profano, yconsagrado definitivamente al servicio de Dios. Y precisamente por estadefinitiva pertenencia a Dios, esta vida tiene que ser«irreprochable»; e irreprochable «ante Él», o sea:no sólo con conciencia de su presencia, sino con la pureza moral quesolamente es tal a los ojos del Dios tres veces santo.
Pero ¿no quiere esto decir que en lapresencia de Dios ni los mismos ángeles son puros? ¿No es acaso unaexigencia extrahumana? Sí, extrahumana; es «cristiana».¿O hemos olvidado ya aquello de que hemos sido escogidos a tan altasantidad «en él», en Cristo? En una palabra, «inmaculadoso irreprochables», no en virtud de nuestras posibilidades naturales, sinocomo la «nueva criatura», que está íntimamente ligadacon Cristo, que «se ha vestido de Cristo», que vive de la vida deCristo y por eso vive la vida de Cristo. ¿Cómo no iba a ser santa einmaculada aun a los ojos de Dios esta vida de Cristo en nosotros y apropiadapor nosotros? Cristo hace nuestra su propia santidad (1 Cor 1,30).¿Cómo no iba a mirar el Padre con infinita complacencia a un serhumano, que se presenta a Él, vestido con la santidad de su Hijo?
Ciertamente la moralidad de esta vida deCristo en nosotros queda siempre desgraciadamente imperfecta. Pero el mismoesfuerzo por la perfección cristiana, por muy necesario que sea, es deimportancia relativamente mínima, comparado con lo que Dios obra ennosotros: «Cristo en nosotros». Cristo en nosotros: éste es elobjeto propio de la complacencia divina, aun antes que pudiéramos pensaren las consecuencias éticas que de ahí se derivan.
¿Son muchas estas consecuencias?Sí y no. Según Pablo hay una por todas, el amor:«santos e irreprochables ante él por el amor». Enesta breve fórmula de vida cristiana aparece el amor en toda suimponente y solitaria grandeza. No es una virtud entre tantas. Es la esencia detodas ellas; es toda la ley, y sin él el resto no vale nada (1 Cor13,1-3), y con él aun la nada se torna valiosa a los ojos de Dios; pueses amor derivado de su amor, del amor de aquel que es el amor.
«Él nos ha destinado (nospredestinó) en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sushijos...». Pablo confirma lo que ya ha dicho, repite la verdadfundamental de nuestra elección en Cristo, pero lo hace desde una nuevaperspectiva, y nos da con ello otra vez un concepto esencial de la existenciacristiana. De una manera más libre repite lo anterior: «Nospredestinó a ser hijos suyos adoptivos». En esa expresión«suyos» («hijos suyos») podemos rastrear algo del origenpersonal de nuestra nueva filiación: Dios nos quiere poseer como hijossuyos, como si en ello tuviera alguna ganancia su corazónpaternal.
Y de nuevo, lo decisivo: «en lapersona de Cristo». No se trata de una filiación en sentidotraslaticio, como si fuéramos recogidos por compasión entre lasinmundicias de la calle y llamados hijos sin serlo en realidad. No, somos hijosde Dios con toda verdad, precisamente porque lo somos «en y porJesucristo». O sea: no sólo porque Cristo, con su redención,nos haya hecho dignos de Dios; sino porque él mismo, el Hijo, habita ennosotros por medio de un vínculo vital misterioso y nos asume a todosnosotros para ser, juntamente con Él, uno solo (Gal 3,28), «hijosen el Hijo», según la expresión de los padres de laIglesia.
«Por pura iniciativasuya...» o «según el beneplácito de suvoluntad». Como antes la palabra «eligió», asíahora la expresión «predestinó» quiere decir que detodo esto Dios solo es la fuente. Es éste un pensamiento queobsesiona a Pablo más que ningún otro. Está constantementeacentuándolo, hasta hacer expresamente este subrayado:«según el beneplácito de su voluntad» o«según el benévolo designio de su voluntad» (laexpresión griega incluye ambas cosas: el beneplácito y laconsiguiente voluntad y decisión, pero siempre un beneplácitoderivado del puro favor y gracia). Pablo sigue subrayando: la gracia de Dios,soberanamente libre, es el único fundamento de nuestra elección yde nuestra predestinación, de nuestra santidad en Cristo y de nuestrafiliación en él.
«Para que la gloria de sugracia... redunde en alabanza suya». Dios no es solamente la fuenteprimordial de su actuación gratuita, sino también el finúltimo de esta actuación. Dos veces más todavíasubrayará Pablo en el mismo himno (vv. 12 y 14) este pensamiento. Enninguna otra parte del NT se expresa tan claro y en tres lugares tan cercanos,que Dios actúa para gloria suya. Él da a conocer, através de la donación, su propia gloria y, sobre todo a lascriaturas espiritualmente dotadas, el esplendor de su gracia. En estanotificación, en esta comunicación de sus bienes consiste ya lapropia glorificación de Dios. Ahora bien, el hecho de que las criaturasagraciadas y favorecidas respondan a ello con reconocimiento, con elreconocimiento que corresponde a su ser, significa, concretamente en el casodel hombre, corresponder con alabanza de gratitud, salida del corazón, ycon una vida que se ajuste a esta gratitud y no la desmienta, sino que seaprofunda, auténtica y verdadera. Esto es lo que se llama la «gloriaextrínseca» de Dios, porque no puede aumentar la gloriaintrínseca infinita de Dios. Sin embargo, Dios no puede renunciar a estagloria, porque así lo exige la íntima naturaleza de suscriaturas. Esto es lo que significa: Dios crea y actúa para sugloria.
«Para que la gloria de su gracia,que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo...». Otravez Cristo está en el centro. Toda la gracia del Padre nos ha venido porsu Hijo. No solamente en el Hijo, porque es el único mediador, elportador de la gracia, sino en un sentido profundamente más venturoso,porque realmente Cristo mismo es la gracia en persona. Porque la gracia, de laque aquí se trata, no es otra cosa que «Cristo en nosotros».Pero aquí aparece como única excepción la expresiónen su querido Hijo en lugar de la corriente «en Cristo».Detrás de esto se esconde un doble pensamiento paulino: con respecto aDios y con relación a nosotros.
Con respecto a Dios se subraya el altoprecio del favor que, humanamente hablando, nos ha concedido. Este favor le hacostado nada menos que su propio Hijo, en el sentido de aquel versículode san Juan, tan repetido pero tan poco seriamente tomado: «Tantoamó Dios al mundo, que le entregó a su unigénitoHijo» (Jn 3,16); y lo entregó a manos humanas, que lo clavaron enla cruz.
Con relación a nosotros estaexpresión significa sencillamente lo que ya repetidas veces nos hadicho: en Él como en el único Amado somos también nosotros-por nuestra misteriosa vinculación con Él- objeto del infinitobeneplácito de Dios, el Padre que ya en nosotros no ve sino los rasgosde su amado Hijo. ¡Cuánta confianza debe alentar en un cristianoque se sabe amado con el amor del Padre a su propio Hijo!
«Por este Hijo, por su sangre,hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesorode su gracia...». ¿Y nuestros pecados? ¿Quedan ahogados eneste mar de gracia y amor? Sí, pero no como si no fueran tomados enserio; muy al contrario, son considerados con trágica seriedad:«... por su sangre hemos recibido la redención».¡Sangre! Estamos demasiado acostumbrados a hablar y a oír hablar dela sangre de Cristo. La sangre, cuando realmente fluye, estremece profundamentea todo el hombre. Derramarse la sangre es como derramarse la vida. Tenemos queaprender a tomar totalmente en serio la sangre de Cristo. Aquíestá toda la realidad de la muerte en cruz de nuestro Señor. Tancruel debe parecernos a nosotros como realmente lo fue para aquellas santaspersonas que estaban al pie de la cruz y para las que el gotear de esta sangreera como un martilleo estremecedor en el alma.
«...dándonos a conocer elmisterio de su voluntad. Este es el plan que había proyectadorealizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristotodas las cosas del cielo y de la tierra». Éste es el nuevofavor, añadido a los ya enumerados: Dios nos ha consagrado anosotros, sus hijos, en el misterio de su voluntad. Tenemos que saberen qué maravilloso plan divino de salvación ha de participarnuestra pequeña vida. No podemos entrar en las particularidades de estosversículos tan densos, siendo así que hay en ellos bastanteoscuridad en todos los aspectos. Pero los puntos capitales son éstos:Pablo vuelve sobre los tres pensamientos que han dominado hasta ahora en elhimno: 1.º el plan de salvación tiene como punto de partida la solavoluntad gratuita de Dios; 2.º ha sido preparado desde la eternidad; estaidea se expresa cuando se dice que Dios «predestina» algo, o mejor:se propone un designio; pero sobre todo 3.º Cristo es tambiénaquí el medio: «en él» ha planificado Dios, «enél» realizará su plan. Y con esto apunta «la plenitudde los tiempos». «Plenitud de los tiempos», «el momentoculminante», no es aquí propiamente la venida de Cristo,«cuando se cumplió el tiempo» (Gal 4,4), sino preferentementetodo el acontecer definitivo desde la primera venida de Cristo hasta su retornoen gloria. No solamente comienzo, sino realización y prosecuciónde los últimos tiempos.
En estos tiempos Dios proseguirá suobjetivo de «recapitular en Cristo todas las cosas». Elverbo griego, en sentido estricto, sólo significa«recapitular», pero en una carta como la nuestra, cuyo mensajeespecífico es Cristo como cabeza de su Iglesia y como cabeza de toda lacreación, es lógico suponer que Pablo escogió esta palabray le dio un nuevo sentido, ya que no podría sustraerse a lasimplicaciones de la palabra «cabeza» incluida en el mismo verbo«recapitular». Lo que Pablo intenta decir con esto, lo veremos en losvv. 22.23 de este mismo capítulo: «Sí, todo losometió bajo sus pies, y a él lo hizo, por encima de todo, cabezade la Iglesia, que es su cuerpo, el complemento de quien llena totalmente eluniverso».
Lo que bajo Cristo (cabeza) tiene quereunirse se expresa bíblicamente así: «todas las cosas delcielo y de la tierra», o más brevemente: todo, el todo. En la cartaa los Colosenses destaca más vivamente esta verdad cuando se dice deCristo: «Todo fue creado por y para él..., y todo semantiene en él» (1,16-17). Éste es también elmisterio de la voluntad de Dios, su plan eterno: Cristo tiene que ser la cabezade todo. Tiene que darle sentido y existencia, unidad y cohesión.
Dios nos ha comunicado este misterio suyo,y esto es para Pablo una gracia, que se coloca en primera línea con lapredestinación eterna, con la filiación divina, con laredención y el perdón de los pecados. Con este conocimiento delsentido del mundo, Dios nos ha dado su «sabiduría einteligencia o prudencia». Sabiduría, con la que se aclarantodas las cosas en su sentido profundo; e inteligencia o prudencia, quedescubre el recto camino de la vida. Tenemos que cooperar con la gran obra deDios. Y del pequeño mundo de nuestra vida, del pequeño reino denuestra alma y de todo lo que allí acontece, hemos de hacer un trasuntode lo que debe ser el gran mundo: dejemos que Cristo sea en nuestropequeño mundo la cabeza vitalizadora de todo, que dé sentido atodo, que lo encauce todo y que sea el vínculo que a todo le décohesión.
[Extraído de MaxZerwick, Carta a los Efesios. Barcelona, Ed. Herder, 1975,pp. 20-33]
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CATEQUESIS DE JUAN PABLOII
1. El espléndido himno de«bendición», con el que inicia la carta a los Efesiosy que se proclama todos los lunes en la liturgia de Vísperas,será objeto de una serie de meditaciones a lo largo de nuestroitinerario. Por ahora nos limitamos a una mirada de conjunto a este textosolemne y bien estructurado, casi como una majestuosa construcción,destinada a exaltar la admirable obra de Dios, realizada a nuestro favor enCristo.
Se comienza con un «antes» queprecede al tiempo y a la creación: es la eternidad divina, en la que yase pone en marcha un proyecto que nos supera, una«pre-destinación», es decir, el plan amoroso y gratuito de undestino de salvación y de gloria.
2. En este proyecto trascendente, queabarca la creación y la redención, el cosmos y la historiahumana, Dios se propuso de antemano, «según el beneplácitode su voluntad», «recapitular en Cristo todas las cosas», esdecir, restablecer en él el orden y el sentido profundo de todas lasrealidades, tanto las del cielo como las de la tierra (cf. Ef 1,10).Ciertamente, él es «cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo»(Ef 1,22-23), pero también es el principio vital de referencia deluniverso.
Por tanto, el señorío deCristo se extiende tanto al cosmos como al horizonte másespecífico que es la Iglesia. Cristo desempeña una funciónde «plenitud», de forma que en él se revela el«misterio» (Ef 1,9) oculto desde los siglos y toda la realidadrealiza -en su orden específico y en su grado- el plan concebido por elPadre desde toda la eternidad.
3. Como veremos más tarde, estaespecie de salmo neotestamentario centra su atención sobre todo en lahistoria de la salvación, que es expresión y signo vivo de la«benevolencia» (Ef 1,9), del «beneplácito» (Ef 1,6)y del amor divino.
He aquí, entonces, laexaltación de la «redención por su sangre» derramada enla cruz, «el perdón de los pecados», la abundanteefusión «de la riqueza de su gracia» (Ef 1,7). He aquíla filiación divina del cristiano (cf. Ef 1,5) y el «conocimientodel misterio de la voluntad» de Dios (Ef 1,9), mediante la cual se entraen lo íntimo de la misma vida trinitaria.
4. Después de esta mirada deconjunto al himno con el que comienza la carta a los Efesios,escuchemos ahora a san Juan Crisóstomo, maestro y orador extraordinario,fino intérprete de la sagrada Escritura, que vivió en el siglo IVy fue también obispo de Constantinopla, en medio de dificultades de todotipo, y sometido incluso a la experiencia de un doble destierro.
En su Primera homilía sobre lacarta a los Efesios, comentando este cántico, reflexiona congratitud en la «bendición» con que hemos sido bendecidos«en Cristo»: «¿Qué te falta? Eres inmortal, ereslibre, eres hijo, eres justo, eres hermano, eres coheredero, con élreinas, con él eres glorificado. Te ha sido dado todo y, comoestá escrito, "¿cómo no nos dará con élgraciosamente todas las cosas?" (Rm 8,32). Tu primicia (cf. 1 Co 15,20.23)es adorada por los ángeles, por los querubines y por los serafines.Entonces, ¿qué te falta?» (PG 62, 11).
Dios hizo todo esto por nosotros -prosigueel Crisóstomo- «según el beneplácito de suvoluntad». ¿Qué significa esto? Significa que Dios deseaapasionadamente y anhela ardientemente nuestra salvación. «Y¿por qué nos ama de este modo? ¿Por qué motivo nosquiere tanto? Únicamente por bondad, pues la "gracia" espropia de la bondad» (ib., 13).
Precisamente por esto -concluye el antiguoPadre de la Iglesia-, san Pablo afirma que todo se realizó «paraque la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en suquerido hijo, redunde en alabanza suya». En efecto, Dios «nosólo nos ha liberado de nuestros pecados, sino que también nos hahecho amables...: ha adornado nuestra alma y la ha vuelto bella, deseable yamable». Y cuando san Pablo declara que Dios lo ha hecho por la sangre desu Hijo, san Juan Crisóstomo exclama: «No hay nada másgrande que todo esto: que la sangre de Dios haya sido derramada por nosotros.Más grande que la filiación adoptiva y que los demás doneses que no haya perdonado ni a su propio Hijo (cf. Rm 8,32). En efecto, esgrande que nos hayan sido perdonados nuestros pecados, pero más grandeaún es que eso se haya realizado por la sangre del Señor»(ib., 14).
[Audiencia general del Miércoles 18 defebrero de 2004]
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DIOS SALVADOR
1. Estamos ante el solemne himno debendición que abre la carta a los Efesios, una página degran densidad teológica y espiritual, expresión admirable de lafe y quizá de la liturgia de la Iglesia de los tiemposapostólicos.
Cuatro veces, en todas las semanas en lasque se articula la Liturgia de las Vísperas, se propone elhimno para que el fiel pueda contemplar y gustar este grandioso icono deCristo, centro de la espiritualidad y del culto cristiano, pero tambiénprincipio de unidad y de sentido del universo y de toda la historia. Labendición se eleva de la humanidad al Padre que está en loscielos (cf. v. 3), a partir de la obra salvífica del Hijo.
2. Ella inicia en el eterno proyectodivino, que Cristo está llamado a realizar. En este designio brilla antetodo nuestra elección para ser «santos e irreprochables», notanto en el ámbito ritual -como parecerían sugerir estosadjetivos utilizados en el Antiguo Testamento para el culto sacrificial-,cuanto «por el amor» (cf. v. 4). Por tanto, se trata de una santidady de una pureza moral, existencial, interior.
Sin embargo, el Padre tiene en la mente unameta ulterior para nosotros: a través de Cristo nos destina a acoger eldon de la dignidad filial, convirtiéndonos en hijos en el Hijo y enhermanos de Jesús (cf. Rm 8, 15.23; 9, 4; Ga 4, 5). Este don de lagracia se infunde por medio de «su querido Hijo», el Unigénitopor excelencia (cf. vv. 5-6).
3. Por este camino el Padre obra ennosotros una transformación radical: una liberación plena delmal, «la redención mediante la sangre» de Cristo, «elperdón de los pecados» a través del «tesoro de sugracia» (cf. v. 7). La inmolación de Cristo en la cruz, actosupremo de amor y de solidaridad, irradia sobre nosotros una ondasobreabundante de luz, de «sabiduría y prudencia» (cf. v. 8).Somos criaturas transfiguradas: cancelado nuestro pecado, conocemos de modopleno al Señor. Y al ser el conocimiento, en el lenguaje bíblico,expresión de amor, nos introduce más profundamente en el«misterio» de la voluntad divina (cf. v. 9).
4. Un «misterio», o sea, unproyecto trascendente y perfecto, cuyo contenido es un admirable plansalvífico: «Recapitular en Cristo todas las cosas, del cielo y dela tierra» (v. 10). El texto griego sugiere que Cristo se ha convertido enkefálaion, es decir, es el punto cardinal, el eje central en elque converge y adquiere sentido todo el ser creado. El mismo vocablo griegoremite a otro, apreciado en las cartas a los Efesios y a losColosenses: kefalé, «cabeza», que indica lafunción que cumple Cristo en el cuerpo de la Iglesia.
Ahora la mirada es más amplia ycósmica, además de incluir la dimensión eclesialmás específica de la obra de Cristo. Él ha reconciliado«en sí todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz,lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1,20).
5. Concluyamos nuestra reflexión conuna oración de alabanza y de acción de gracias por laredención que Cristo ha obrado en nosotros. Lo hacemos con las palabrasde un texto conservado en un antiguo papiro del siglo IV.
«Nosotros te invocamos, SeñorDios. Tú lo sabes todo, nada se te escapa, Maestro de verdad. Has creadoel universo y velas sobre cada ser. Tú guías por el camino de laverdad a aquellos que estaban en tinieblas y en sombras de muerte. Túquieres salvar a todos los hombres y darles a conocer la verdad. Todos juntoste ofrecemos alabanzas e himnos de acción de gracias». El oranteprosigue: «Nos has redimido, con la sangre preciosa e inmaculada de tuúnico Hijo, de todo extravío y de la esclavitud. Nos has liberadodel demonio y nos has concedido gloria y libertad. Estábamos muertos ynos has hecho renacer, alma y cuerpo, en el Espíritu. Estábamosmanchados y nos has purificado. Te pedimos, pues, Padre de las misericordias yDios de todo consuelo: confírmanos en nuestra vocación, en laadoración y en la fidelidad». La oración concluye con lainvocación: «Oh Señor benévolo, fortalécenoscon tu fuerza. Ilumina nuestra alma con tu consuelo... Concédenos mirar,buscar y contemplar los bienes del cielo y no los de la tierra. Así, porla fuerza de tu gracia, se dará gloria a la potestad omnipotente,santísima y digna de toda alabanza, en Cristo Jesús, el Hijopredilecto, con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.Amén» (A. Hamman, Preghiere dei primi cristiani,Milán 1955, pp. 92-94).
[Audiencia general del Miércoles 13 deoctubre de 2004]
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ETAPAS DEL PLAN DESALVACIÓN
Queridos hermanos y hermanas:
1. Hoy no hemos escuchado un salmo, sino unhimno tomado de la carta a los Efesios (cf. Ef 1,3-14), un himno quese repite en la liturgia de las Vísperas de cada una de lascuatro semanas. Este himno es una oración de bendición dirigida aDios Padre. Su desarrollo delinea las diversas etapas del plan desalvación que se realiza a través de la obra de Cristo.
En el centro de la bendición resuenael vocablo griego mysterion, un término asociado habitualmentea los verbos de revelación («revelar», «conocer»,«manifestar»). En efecto, este es el gran proyecto secreto que elPadre había conservado en sí mismo desde la eternidad (cf. v. 9),y que decidió actuar y revelar «en la plenitud de los tiempos»(cf. v. 10) en Jesucristo, su Hijo.
En el himno las etapas de ese plan seseñalan mediante las acciones salvíficas de Dios por Cristo en elEspíritu. Ante todo -este es el primer acto-, el Padre nos elige desdela eternidad para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor(cf. v. 4); después nos predestina a ser sus hijos (cf. vv. 5-6);además, nos redime y nos perdona los pecados (cf. vv. 7-8); nos revelaplenamente el misterio de la salvación en Cristo (cf. vv. 9-10); y, porúltimo, nos da la herencia eterna (cf. vv. 11-12), ofreciéndonosya ahora como prenda el don del Espíritu Santo con vistas a laresurrección final (cf. vv. 13-14).
2. Así pues, son muchos losacontecimientos salvíficos que se suceden en el desarrollo del himno.Implican a las tres Personas de la santísima Trinidad: se parte delPadre, que es el iniciador y el artífice supremo del plan desalvación; se fija la mirada en el Hijo, que realiza el designio dentrode la historia; y se llega al Espíritu Santo, que imprime su«sello» a toda la obra de salvación. Nosotros, ahora, nosdetenemos brevemente en las dos primeras etapas, las de la santidad y lafiliación (cf. vv. 4-6).
El primer gesto divino, revelado y actuadoen Cristo, es la elección de los creyentes, fruto de una iniciativalibre y gratuita de Dios. Por tanto, al principio, «antes de crear elmundo» (v. 4), en la eternidad de Dios, la gracia divina estádispuesta a entrar en acción. Me conmueve meditar esta verdad: desde laeternidad estamos ante los ojos de Dios y él decidió salvarnos.El contenido de esta llamada es nuestra «santidad», una gran palabra.Santidad es participación en la pureza del Ser divino. Pero sabemos queDios es caridad. Por tanto, participar en la pureza divina significa participaren la «caridad» de Dios, configurarnos con Dios, que es«caridad». «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16): esta es laconsoladora verdad que nos ayuda a comprender que «santidad» no esuna realidad alejada de nuestra vida, sino que, en cuanto que podemos llegar aser personas que aman, con Dios entramos en el misterio de la«santidad». El ágape se transforma así ennuestra realidad diaria. Por tanto, entramos en la esfera sagrada y vital deDios mismo.
3. En esta línea, se pasa a la otraetapa, que también se contempla en el plan divino desde la eternidad:nuestra «predestinación» a hijos de Dios. No sólocriaturas humanas, sino realmente pertenecientes a Dios como hijos suyos. SanPablo, en otro lugar (cf. Ga 4,5; Rm 8,15.23), exalta esta sublimecondición de hijos que implica y resulta de la fraternidad con Cristo,el Hijo por excelencia, «primogénito entre muchos hermanos»(Rm 8,29), y la intimidad con el Padre celestial, al que ahora podemos invocarAbbá, al que podemos decir «padre querido» con unsentido de verdadera familiaridad con Dios, con una relación deespontaneidad y amor. Por consiguiente, estamos en presencia de un don inmenso,hecho posible por el «beneplácito de la voluntad» divina y porla «gracia», luminosa expresión del amor que salva.
4. Ahora, para concluir, citamos al granobispo de Milán, san Ambrosio, que en una de sus cartas comenta laspalabras del apóstol san Pablo a los Efesios, reflexionando precisamentesobre el rico contenido de nuestro himno cristológico. Subraya, antetodo, la gracia sobreabundante con la que Dios nos ha hecho hijos adoptivossuyos en Cristo Jesús. «Por eso, no se debe dudar de que losmiembros están unidos a su cabeza, sobre todo porque desde el principiohemos sido predestinados a ser hijos adoptivos de Dios, por Jesucristo»(Lettera XVI ad Ireneo, 4: SAEMO, XIX, Milán-Roma1988, p. 161).
El santo obispo de Milán prosigue sureflexión afirmando: «¿Quién es rico, sino elúnico Dios, creador de todas las cosas?». Y concluye: «Pero esmucho más rico en misericordia, puesto que ha redimido a todos y, comoautor de la naturaleza, nos ha transformado a nosotros, que según lanaturaleza de la carne éramos hijos de la ira y sujetos al castigo, paraque fuéramos hijos de la paz y de la caridad» (n. 7: ib.,p. 163).
[Texto de la Audiencia general delMiércoles 6 de julio de 2005]
«RECAPITULAR EN CRISTOTODAS LAS COSAS»
1. Cada semana la Liturgia de lasVísperas propone a la Iglesia orante el solemne himno de aperturade la carta a los Efesios, el texto que acaba de proclamarse.Pertenece al género de las berakot, o sea, las«bendiciones», que ya aparecen en el Antiguo Testamento ytendrán una difusión ulterior en la tradiciónjudía. Por tanto, se trata de un constante hilo de alabanza que sube aDios, a quien, en la fe cristiana, se celebra como «Padre de nuestroSeñor Jesucristo».
Por eso, en nuestro himno de alabanza escentral la figura de Cristo, en la que se revela y se realiza la obra de Dios.En efecto, los tres verbos principales de este largo y compactocántico nos conducen siempre al Hijo.
2. Dios «nos eligió en lapersona de Cristo» (Ef 1,4): es nuestra vocación a la santidad y ala filiación adoptiva y, por tanto, a la fraternidad con Cristo. Estedon, que transforma radicalmente nuestro estado de criaturas, se nos ofrece«por obra de Cristo» (v. 5), una obra que entra en el gran proyectosalvífico divino, en el amoroso «beneplácito de lavoluntad» (v. 6) del Padre, a quien el Apóstol estácontemplando con conmoción.
El segundo verbo, después del de laelección («nos eligió»), designa el don de la gracia:«La gracia que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo»(ib.). En griego tenemos dos veces la misma raíz charisy echaritosen, para subrayar la gratuidad de la iniciativa divinaque precede a toda respuesta humana. Así pues, la gracia que el Padrenos da en el Hijo unigénito es manifestación de su amor, que nosenvuelve y nos transforma.
3. He aquí el tercer verbofundamental del cántico paulino: tiene siempre por objeto lagracia divina, que «ha prodigado sobre nosotros» (v. 8). Porconsiguiente, estamos ante un verbo de plenitud, podríamos decir-según su tenor originario- de exceso, de entrega sin límites ysin reservas.
Así, llegamos a la profundidadinfinita y gloriosa del misterio de Dios, abierto y revelado por gracia a quienha sido llamado por gracia y por amor, al ser esta revelación imposiblede alcanzar con la sola dotación de la inteligencia y de las capacidadeshumanas. «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni alcorazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los quele aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio delEspíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidadesde Dios» (1 Co 2,9-10).
4. El «misterio de la voluntad»divina tiene un centro que está destinado a coordinar todo el ser y todala historia, conduciéndolos a la plenitud querida por Dios: es «eldesignio de recapitular en Cristo todas las cosas» (Ef 1,10). En este«designio», en griego oikonomia, o sea, en este proyectoarmonioso de la arquitectura del ser y del existir, se eleva Cristo como jefedel cuerpo de la Iglesia, pero también como eje que recapitula ensí «todas las cosas, las del cielo y las de la tierra». Ladispersión y el límite se superan y se configura la«plenitud», que es la verdadera meta del proyecto que la voluntaddivina había preestablecido desde los orígenes.
Por tanto, estamos ante un grandioso frescode la historia de la creación y de la salvación, sobre el queahora querríamos meditar y profundizar a través de las palabrasde san Ireneo, un gran Doctor de la Iglesia del siglo II, el cual, en algunaspáginas magistrales de su tratado Contra las herejías,había desarrollado una reflexión articulada precisamenteacerca de la recapitulación realizada por Cristo.
5. La fe cristiana -afirma- reconoce que«no hay más que un solo Dios Padre y un solo Cristo Jesús,Señor nuestro, que ha venido por medio de toda"economía" y que ha recapitulado en sí todas las cosas.En esto de "todas las cosas" queda comprendido también elhombre, esta obra modelada por Dios, y así ha recapituladotambién en sí al hombre; de invisible haciéndose visible,de inasible asible, de impasible pasible y de Verbo hombre» (III, 16, 6:Già e non ancora, CCCXX, Milán 1979, p. 268).
Por eso, «el Verbo de Dios se hizocarne» realmente, no en apariencia, porque entonces «su obra nopodía ser verdadera». En cambio, «lo que aparentaba ser, eraeso precisamente, o sea Dios recapitulando en sí la antiguaplasmación del hombre, a fin de matar el pecado, destruyendo la muerte yvivificar al hombre; por eso eran verdaderas sus obras» (III, 18, 7:ib., pp. 277-278).
Se ha constituido Jefe de la Iglesia paraatraer a todos a sí en el momento justo. Con el espíritu de estaspalabras de san Ireneo oremos: ¡Sí, Señor, atráenos ati, atrae al mundo a ti y danos la paz, tu paz!.
[Texto de la Audiencia general delMiércoles 23 de noviembre de 2005]
MONICIÓN PARA ELCÁNTICO
En una célebre carta de Plinio,gobernador de una de las provincias romanas, al emperador Trajano, se describea los cristianos como un grupo de hombres que, «en un díadeterminado, se reúnen y entonan un himno a Cristo, como a suDios». De hecho, en los libros del Nuevo Testamento encontramos algunosfragmentos que, muy probablemente, son los himnos a los que se referíaPlinio. San Pablo, en más de una ocasión, exhorta a los fieles aque, además de los salmos, entonen «himnos espirituales» aDios. Uno de estos «cantos» es, sin duda, el presente fragmento de lacarta a los Efesios.
Nuestro «himno espiritual», que,como quiere el Apóstol, vamos a añadir a los salmos que hemoscantado, contiene cuatro bendiciones o alabanzas a Dios Padre, porque:
1) Ya antes de crear el mundo, nosha bendecido, contemplándonos como formando un solo cuerpo en lapersona de Cristo.
2) Porque esta predestinación se harealizado de una manera admirable: ha hecho de nosotros hijossuyos.
3) Porque esto es consecuencia de susabiduría y prudencia infinitas: es por la sangre deCristo que nos ha perdonado nuestros pecados.
4) Porque, finalmente, por esta suintervención, Dios nos ha revelado el plan de salvaciónoculto al principio: recapitular en Cristo, a través de suinfinita perfección, todas las deficiencias que, por culpa nuestra,pudieran tener los hombres y toda la creación.
Que los sentimientos de gratitud expresadosen este himno sean, pues, el tema de nuestra alabanza y que, por nuestrafidelidad a la Iglesia, contribuyamos también nosotros al plenocumplimiento de la obra de Cristo.
Oración I: Te bendecimos, SeñorJesucristo, porque has querido que, por el bautismo, incorporados a ti,tuviéramos parte en tu santidad y obtuviésemos el perdónde nuestros pecados; haz que todos los hombres y la creación enteralleguen a someterse a tu poder y sean recapitulados en ti, según el plande Dios, tu Padre. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.Amén.
Oración II: Padre, lleno de amor, que en Cristo, tu Hijo, noshas dado a conocer el plan oculto desde la creación del mundo y quehabías proyectado realizar cuando llegase el momento culminante: ser tushijos por la sangre de Cristo, haz que creamos en tu amor para con nosotros yque nuestra vida toda redunde en alabanza de la gloria de tu Hijo. Que vive yreina por los siglos de los siglos. Amén.
[Pedro Farnés]
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NOTAS A LOSVERSÍCULOS DEL CÁNTICO
V. 3: Pablo se eleva desdeel principio al plano celeste en el que se mantendrá en toda laepístola. De ese plano proceden desde toda la eternidad las«bendiciones espirituales» que detallará en los vv.siguientes.
V 4: Primerabendición: el llamamiento de los elegidos a la vida bienaventurada,incoada ya de una manera mística por la unión de los fieles conCristo glorioso. El «amor» designa, ante todo, el amor de Dios paracon nosotros, que provoca su «elección» y su llamamiento a la«santidad»; pero no hay por qué excluir nuestro amor para conDios que deriva de aquel amor y a él responde.
V. 5: Segundabendición: el modo elegido para esta santidad, que es el de lafiliación divina, cuya fuente y modelo es Jesucristo, el Hijoúnico.
V. 6: Tenemos aquílos dos estribillos que dan ritmo a toda la exposición de lasbendiciones divinas: éstas no tienen más origen que laliberalidad de Dios, ni más finalidad que la exaltaciónde su Gloria por las criaturas. Todo procede de Él y a Él debevolver.
V. 7: Tercerabendición: la obra histórica de la redención por lacruz de Cristo.
V. 8: El sujeto es DiosPadre.
V. 9:Cuartabendición: la revelación del «misterio».
V. 10: «... hacerque todo tenga a Cristo por cabeza [=recapitular]». Este es el temacentral de toda la epístola: Cristo que regenera y reagrupa bajo suautoridad, para llevarlo a Dios, el mundo creado que el pecado habíacorrompido y disgregado: el mundo de los hombres, en el que judíos ygentiles se unen en una misma salvación, y también el mundo delos ángeles.
[Cf. Biblia deJerusalén]
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Himno a la obrasalvífica de Dios
Los sentimientos de Pablo estándominados desde el principio de su carta por la admiración, la gratitudy la veneración hacia la obra salvífica de Dios, de la cual va ahablar a sus lectores. Pero éstos deben ante todo, compenetrados de losmismos sentimientos, volver la vista hacia el Padre santo y misericordioso enlos cielos, en quien tienen puesta toda su esperanza.
El himno en que les indica la manera dehacerlo forma en el texto griego un solo período, largo y recargado, enel cual sin embargo los pensamientos están bien articulados, lo que haceque su contenido aparezca sin dificultad. La obra salvífica de Dios, quePablo se propone exaltar (v. 3), se cumple con nuestra elección desdetoda eternidad, hecha por el Padre (vv. 4-6), con la redención mediantela sangre de Cristo (vv. 7-10) y con el llamamiento a la posesión de laherencia celestial (vv. 11-14). En el conjunto de la exposición nopredomina el pensamiento trinitario; la alabanza se dirige siempre a DiosPadre, sujeto único de todo el texto. Sin embargo, toda la obra de lagracia ha sido concebida y realizada «en Cristo Jesús», y elEspíritu Santo es el sello y conclusión de su obra, las arras dela plena posesión de cuanto esperamos.
V. 3.- Pablo dirige sualabanza a aquel que es «el Dios y Padre de nuestro SeñorJesucristo». Ocasión de la alabanza es la plenitud de labendición que Dios derramó sobre nosotros. La bendición yla alabanza están expresadas en el texto griego, en un fino juego depalabras, con dos términos que derivan de la misma raíz, desuerte que la alabanza aparece como la respuesta del hombre a labendición divina, lo que equivale a decir que es ante todoexpresión de gratitud. Para describir la naturaleza de talbendición, el Apóstol pone de relieve un triple carácter:por su ser mismo es una bendición «espiritual», es decir,sobrenatural, ajena a la perspectiva de los bienes terrenos; ha sido concedidaen el mundo divino, arriba «en los cielos», de donde baja a nosotros,y, por último, nosotros participamos de ella «en Cristo».Cristo no es solamente el canal por donde la bendición nos llega; es sufuente misma. Nuestra relación con él es la del sarmiento con lavid, de la cual recibe la vida (Jn 15,1-5).
V. 4.- El Apóstolvuelve ahora la vista hacia el pasado. La bendición presente no es sinola ejecución de un plan concebido por Dios desde toda eternidad.«En él», es decir, en cuanto miembros del cuerpo de Cristo,nos eligió para que fuéramos «santos e inmaculados en supresencia». Esta cualidad se nos da en virtud de nuestra unión conCristo, por lo cual nuestra elección presupone suencarnación.
V. 5.- A laelección precede la predestinación (nospredestinó). Su razón de ser no es otra que el amor de Dios,y el fin a que tiende es nuestra elevación a la dignidad de hijos suyos.La posibilidad de llegar a ella nos viene de Jesucristo, el verdadero Hijo deDios, quien al hacernos miembros de su cuerpo nos permite compartir sufiliación. Objetivo inmediato de la predestinación esproyectarnos hacia él (hacia el Padre o hacia el Hijo).
V. 6.- Objetivo final dela predestinación y de la elección es la gloria de Dios. En suHijo amado creó su benévola condescendencia para con la humanidadcaída un mundo nuevo, digno de él y grato a sus ojos, cuya solaexistencia es ya una sublime alabanza en su honor. En su obra, el amor divinoresplandece en tal grado que todas las criaturas se postran ante él enactitud de admiración y de adoración.
La condición de hijos deDios.- El objeto de la divina predestinación es, según el v.5, nuestra aceptación en el «estado de hijos»; tal es latraducción corriente del término griego, que literalmentesignifica «inserción en el estado de hijos (de Dios)». La solatraducción de esta palabra muestra cómo muchas veces esdifícil expresar en nuestra lengua todo el contenido de una ideacristiana. El vínculo que nos une a Dios como hijos suyos esúnico en su género, y no coincide con ninguno de los sentidos enque se habla de filiación en la vida profana: como consecuencia de lageneración natural, de la adopción o de un vínculo decarácter ético. Ante todo, se trata de algo que va másallá de la simple adopción, en el sentido corriente deltérmino, pues no se origina en un acto jurídico, sino en un nuevonacimiento de Dios (Jn 1,12-13). Este nacimiento se realiza en el agua ymediante el Espíritu. El resultado no es una ficción legal, sinola participación real de la naturaleza divina. Por ella somos con todaverdad hijos de Dios, poseemos el Espíritu de filiación en elcual clamamos: «¡Abba!, ¡Padre!», nos hacemos «santose inmaculados en su presencia» (Ef 1,4). Esta divina filiación senos da «por Jesucristo» (Ef 1,5). Una vez insertos en su cuerpomístico (Ef 1,23), estamos «en Cristo», como lo dice Pablo ennuestra perícopa, casi en cada versículo; con relación alPadre, participamos de la verdadera condición de hijos suyos, somosobjeto de su amor.
El v. 6 habla del Hijo como de su«Amado», «su querido Hijo», y Col 1,13 habla del traslado«al reino de su Hijo querido». Pero, por razón de nuestraunión con Él, en Cristo el Padre nos ama a nosotros, y ennosotros a Cristo. En Cristo se funda toda la plenitud de nuestra vidasobrenatural, y compartimos los derechos que Cristo tiene como Hijo de Dios pornaturaleza; somos, por eso, «herederos de Dios y coherederos conCristo» (Rm 8,17). Nuestra condición de hijos de Dios se ha hechorealidad al ser incorporados a Cristo por el bautismo, pero aquí en latierra todavía no es patente, ni ha llegado a su estado perfecto.Éste se conseguirá con la resurrección yglorificación del cuerpo (Rm 8,23); entre tanto tiene el carácterde algo preparatorio y lleva en sí la posibilidad de alcanzar el plenodesarrollo así como la de perderse.
De todo lo dicho se desprende que, enPablo, filiación divina designa la relación especial en queestá con respecto a Dios Padre el hombre redimido por Cristo, agregado asu cuerpo místico por el bautismo, santificado por el EspírituSanto y elevado a una existencia sobrenatural. Una relación tal no tieneningún paralelo en el orden natural; de ahí que tampoco en ellenguaje natural sea posible hallar un punto de comparación que permitadar idea exacta de todo lo que este concepto implica. Los autoresbíblicos escogieron la expresión «hijo de Dios»,porque, sin ser la más perfecta, es la que mejor traduce lo que nuestrarelación con Dios tiene de indescriptible. En la elevación a lacondición de hijos de Dios se basa la dignidad y la nobleza divina delcristiano, a ella debe el fiel toda la riqueza de su vida sobrenatural y laíntima unión con su Dios.
V. 7.- En lasúltimas palabras del v. 6, Pablo, refiriéndose a larealización del plan salvífico, dice que la gracia de Diosllegó a nosotros «en su querido Hijo». La parte que al Hijocorresponde es la obra de la redención. De ésta se ocupa ahora elApóstol y la describe como el rescate de los culpables. El precio de talrescate fue la sangre de Cristo, derramada sobre la cruz, como víctimaexpiatoria por nosotros. Fruto de su sacrificio fue la remisión de lospecados. Razón de todo no fue otra que su libre voluntad, que puso enacción hasta el grado máximo para nuestro bien.
V. 8.- Entre los dones dela gracia, Pablo destaca particularmente la «sabiduría y lainteligencia o prudencia», que se nos da en plenitud, sin máslimitación que la de nuestra capacidad receptiva. La«sabiduría» nos abre los ojos para hacernos comprender laconducta de Dios y sus designios con respecto al mundo; la «inteligencia oprudencia» nos habilita para orientar nuestra propia conducta y nuestrosplanes en conformidad con los suyos. Pablo fija toda su atención sobreestos dones. En seguida va a hablar de la revelación de un misteriodivino que constituye el punto central de toda la obra salvífica.
V. 9.- Se trata de un«misterio de su voluntad», es decir, de una obra cuyarealización depende exclusivamente de su libre determinación, deuna obra cuya realidad no nos es dado conocer sino por divinarevelación. Pues bien, Dios la reveló, y Pablo quiere dar noticiade ella a sus lectores. La norma de su voluntad fue su benevolencia;así, en esta obra resplandecen la libertad de Dios y su amorosacondescendencia para con sus criaturas. El plan de tal obra fue concebido«en él», en Cristo, que en cuanto Verbo eterno del Padre viveen el Padre, y los designios del Padre son designios suyos. Resuena aquíel pensamiento de Juan: el Padre está en el Hijo, y el Hijo en el Padre(Jn 14,10.20).
V. 10.- El tiempo fijadopara la realización del plan divino es «la plenitud de lostiempos», «el momento culminante», la era mesiánica, dela cual eran preparación todas las etapas anteriores, que tienen en ellasu pleno sentido y su punto culminante. El objeto del plan divino era elordenamiento de todas las cosas a Cristo como a su centro. Para dar mayorrelieve a este «todas», el Apóstol recuerda expresamente losdos grandes órdenes en que el universo está dividido: lo queestá en los cielos y lo que está sobre la tierra. El plan divinoabarca a todas las criaturas, tanto las puramente espirituales como el hombrecomo los elementos materiales; todas deben hallar en Cristo su centro y supunto de confluencia. Toda escisión en el mundo creado debe desaparecer,toda disonancia debe cesar, a toda discordia se debe poner término.Cristo es, por la creación en el mundo natural y por la redenciónen el mundo de la gracia, principio, fuente y fin de todo ser viviente.Así, en este «misterio de su voluntad» se nos descubreaún hoy la razón última y el punto final de toda lahistoria.
[Extraído de KarlStaab, Cartas a los Tesalonicenses. Cartas de lacautividad... Barcelona, Ed. Herder, 1974, pp. 178-184]
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El «misterio» desalvación
en los designios eternos de Dios (1,3,14)
La acostumbrada acción de gracias deotras cartas, que suele preceder al tema propiamente dicho, aquíestá hecha de manera que entra a formar parte del tema mismo de lacarta.
El contenido de lo que aquí exponeel Apóstol en forma de acción de gracias es de una riquezadoctrinal extraordinaria; sin duda, una de las páginas más densasde doctrina de todo el NT. La forma reviste a veces tonos líricos, deahí que algunos autores consideren todo el pasaje como un himno. Elpensamiento dominante es la economía de la redención o plandivino de salvación, por el cual Dios, desde toda la eternidad,determinó salvar a la humanidad. El Apóstol atribuye a Dios Padrela gloria y la iniciativa de este plan de salud universal (vv. 3-4), plan quese realiza en Cristo y por Cristo (vv. 5-7), y al que el Espíritu Santocontribuye con su acción santificadora (vv. 13-14). Gramaticalmente elestilo resulta bastante embrollado, a causa de la abundancia de ideas, que sevan encadenando unas a otras, formando todo el pasaje (en el texto original)desde el v. 3 al v. 14 un solo período, cargado de pronombres relativos,que sirven de enlace entre los diversos incisos o proposiciones.
Para mayor claridad en laexposición, podemos distinguir cuatro apartados, que corresponden aotras tantas fases o etapas en el desarrollo del pensamiento paulino: enunciadogeneral del tema (v. 3), designio eterno de Dios (vv. 4-6), redenciónpor Cristo y en Cristo (vv. 7-10), salud para judíos y gentiles (vv.11-14).
V. 3.- Comienza elApóstol con la afirmación general de que Dios «nos bendijoen la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales ycelestiales». En los versículos siguientes concretarácuáles son esos beneficios de que Dios nos ha colmado y que constituyenel plan divino de salud. Habla de bendiciones «espirituales», encuanto son beneficios que proceden del Espíritu y pertenecen a la esferadel espíritu o parte superior del hombre (cf. Rm 8,2-11; Gal 5,16-25).La expresión «celestiales» viene a ser casi sinónimadel adjetivo «espiritual», señalando que se trata debeneficios celestes, por su origen y por su destino, ya que nos losdispensa Dios desde el cielo y están destinados a recibir allí suconsumación definitiva. Todos estos beneficios nos son concedidos«en la persona de Cristo», es decir, en cuanto estamos unidos aCristo, formando algo uno con Él.
VV. 4-6.- Despuésde esa afirmación de carácter general, el Apóstol comienzala enumeración de dichos beneficios. El primero y fundamental es queDios «nos eligió para que fuésemos santos...,predestinándonos a la adopción de hijos suyos...,conforme al beneplácito de su voluntad» (vv. 4-5). Pareceque San Pablo presenta la «predestinación» simplemente comouna modalidad de la «elección», y su objeto o términoreal es la filiación adoptiva. Sin embargo, la expresión griegatambién puede traducirse habiéndonos predestinado, encuyo caso la predestinación sería presentada como acto divino,lógicamente anterior al de la elección. Sea como sea, de lo queno cabe dudar es que para San Pablo la raíz o última razónde todo está en el «beneplácito» divino: porque Diosasí lo quiere. Conforme a ese beneplácito, nos eligió paraser santos... y nos predestinó a la adopción de hijos suyos. Nose trata aquí de elección y predestinación a la gloria, enel sentido en que suelen poner esta cuestión los teólogos, sinode elección y predestinación a la condición de cristianos.Es la misma idea expuesta en Rm 8,28-30: «Por lo demás, sabemos queen todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellosque han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemanoconoció, también los predestinó a reproducir la imagen desu Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos;y a los que predestinó, a ésos también losjustificó; a los que justificó, a ésos también losglorificó».
La elección se realiza «enCristo» (v. 4), unidos al cual Dios nos contempla y ama desde toda laeternidad; es también «mediante Cristo» (v. 5), el Hijonatural de Dios, como se nos concede la filiación adoptiva, y«somos gratos» a Dios (v. 6). Causa final suprema de todo este plandivino de salud es «la alabanza de la gloria de su gracia» (v. 6), esdecir, que las criaturas todas reconozcan y alaben la grandeza o«gloria» de Dios, manifestada en ese modo de procedergracioso (favor no merecido) con el cristiano.
La expresión «por el amor»(v. 4) puede referirse, bien a «nos eligió», bien a«predestinándonos», bien a «santos eirreprochables». Gramaticalmente es muy difícil decidir lacuestión. En el primero o segundo caso, se aludiría al amor deDios a nosotros, fuente y raíz de elección ypredestinación; en el tercer caso, se aludiría más bien alamor de nosotros a Dios, como tratando de explicar en qué consisteconcretamente la «santidad» del cristiano, es decir, en lapráctica de la caridad.
VV. 7-10.- Expuestoasí, en sus líneas generales, el plan divino de salvación,a continuación el Apóstol fija su mirada en Cristo, eje centralde la obra redentora. Es por nuestra unión a Cristo, con quien formamosun mismo cuerpo, como entramos en el plan divino de salud, obteniendo la«redención» y la «remisión» de nuestrospecados (v. 7). La expresión «según las riquezas de sugracia» (v. 7), bastante frecuente en el Apóstol, es unhebraísmo para indicar la abundancia de dones con que Dios (el Padre)nos ha favorecido, cosa que se vuelve a recalcar en el v. 8, mencionandoexpresamente, aparte los ya indicados de «redención» y«remisión de nuestros pecados», la«sabiduría» y la «prudencia». Parece que con eltérmino «sabiduría» alude el Apóstol alconocimiento especulativo de los grandes misterios de la fe, mientras que conel término «prudencia» se refiere más bien alconocimiento práctico, en orden a la acción. Concretamente, elcontenido de esa «sabiduría» se expresa en los vv. 9-10:«dándonos a conocer el misterio de su voluntad... derecapitular en Cristo todas las cosas, las de los cielos y las de latierra». He ahí lo que constituye la idea base y como la sustanciadel plan divino de salud: «recapitular en Cristo todas lascosas». Mucho se ha discutido sobre el sentido preciso que haya de darseal término «recapitular». Fuera de este pasaje, sóloaparece este término otra vez en el NT (cf. Rm 13,9). Parece, atendidotodo el contexto, que San Pablo se refiere a que en Cristo, como bajo una solacabeza, habían de ser reagrupadas y pacificadas todas las cosas,dispersas antes por el pecado, reagrupación y pacificación queafecta sobre todo a los hombres, pero que se extiende también al restode la creación, sometida toda a Cristo. A este plan divino de«recapitulación en Cristo» lo llama San Pablo«misterio», pues por largo tiempo estuvo oculto a toda criatura,habiendo sido revelado únicamente ahora, al llegar el momento de surealización «en la plenitud de los tiempos» (v. 10; cf. Gal4,4).
(La expresión del v. 10«recapitular en Cristo todas las cosas» fue traducida en laVulgata latina por «instaurare omnia in Christro», y ello hainfluido sin duda para que los Padres y escritores latinos suelan dar a laexpresión de San Pablo el sentido de «reparación» o«restauración» de todas las cosas en Cristo, que lashabría vuelto a poner en su estado primitivo de antes del pecado. SanAgustín ve esa «restauración», por lo que toca alcielo, en el hecho de que los elegidos ocupan el lugar de los ángelesrebeldes; y por lo que toca a la tierra, en el hecho de que volvamos a serrevestidos de la gloria divina los que la habíamos perdido por elpecado.
Desde luego, no negamos que la obraredentora de Cristo incluya la idea de «reparación» o«renovación», devolviendo a los hombres privilegios perdidos;pero es mucho más que simple «reparación».Además, nada hay en el texto bíblico que insinúe ser esaidea de «reparación» la intentada expresar por elApóstol, al menos de modo directo. El términorecapitular, derivado de cabeza, o más probablementede cumbre, suma total, resumen, indica más bien«recapitulación» o «resumen», y San Pablo loaplicaría a Cristo en el sentido de que todas las cosas estáncomo «recapituladas» en Él, habiéndole Dios colocado ala cabeza de todas ellas como principio de unidad y cohesión.)
[Extraído de LorenzoTurrado, en la Biblia comentada de la BAC]
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MONICIONES PARA EL REZODEL CÁNTICO
Introducción general
La alabanza es la respuesta del hombre alDios que se manifiesta salvando o revelando su misterio. El autor de Efesiosbendice a Dios porque nos ha descubierto su misterio. El himno presenta estacomposición: el enunciado de la bendición se desarrolla en tresmovimientos que abarcan todo el arco temporal y la accióntrinitaria:
-- Pasado: El Padre, que elige ypredestina (vv. 4-6a).
-- Presente: El Hijo, que da lagracia y perdona los pecados (vv. 6b-7).
-- Futuro: El EspírituSanto, que inicia en el misterio (vv 8-9).
En la celebración comunitaria, comoes un himno aplicable a la totalidad de los creyentes, puede rezarse alunísono.
Para hacer justicia a la divisiónestrófica se puede adoptar este modo:
Asamblea, Enunciado dela bendición: «Bendito sea Dios... bienes espirituales ycelestiales» (v. 3).
Coro 1.º,Elección y predestinación: «Él noseligió... redunde en alabanza suya» (vv. 4-6a).
Coro 2.º,Gratificación y perdón: «Por este Hijo... elperdón de los pecados» (vv. 6b-7).
Coro 3.º,Conocimiento del misterio: «El tesoro de su gracia... del cielo yde la tierra» (vv. 8-10).
Bendecidos en el Bendito
La maldición de la tierra y ladispersión de las razas son suplantadas por la bendición: quienesacepten al «Bendito» de Dios serán bendecidos. Elsímbolo patriarcal y el monarca davídico ceden el puesto alúnico Bendito entre los hombres. Cristo es el lugar en el que hemosobtenido la bendición. Se trata del Cristo que habita en los cielosaltísimos, donde el mal ya no tiene cabida. Las raíces de nuestraexistencia están saneadas por la bendición que hemos recibido enel Bendito. No es otra que la comunicación del Espíritu, quien«infunde calor de vida en el hielo».
Nos ha elegido el Amor
Dios ama cuando Israel es todavíaniño. Antes de que el hombre pueda alegar un mérito propio, Diosmuestra su amor. Aun después lo único que puede alegar el hombrees su propia indigencia. La historia del amor de Dios con los cristianos espretemporal y premundana: en el principio existía el Amor y el Amor eranuestro hogar. En la remota aurora pretemporal, Dios nos quiso hijos en su Hijo(Rm 8,14-15). La transformación que ha emprendido en nosotros, hasta quela imagen de su Hijo esté plenamente grabada, llegará a ser«santidad», en la presencia de Dios, cuando triunfe el Amor.Bendigamos a Dios, que nos ha concedido esta gracia inicial en Cristo.
¡Hemos sido liberados!
La liberación, abundantementecantada en el AT, pasa al Nuevo con una transportada melodía. El amadono es tanto la colectividad cuanto un ser singular: Jesucristo. En El seremansó todo el amor benevolente del Padre y se hizo historia nuestra,por cuanto que Dios nos ama como ama a Cristo (Jn 17,23). Esta historia vividapor Jesús tiene tintes de sangre: de tal suerte nos ha amado Dios queentregó a su Hijo (Jn 13,16), y vivida por el hombre se traduce en lalibertad de quien se sabe perdonado. ¡Cristo es nuestraliberación!, por ello alabamos a nuestro Padre.
Dios desvela su misterio
La historia humana tiene un sentidoimperceptible al humano saber, pero manifiesto a quien Dios se lo revela.Cuando el tiempo llegó a su plenitud hemos podido comprender que lasdistintas edades de la historia se encaminaban hacia el «punto cero»que es Cristo, y desde aquí maduran en el «punto omega», quees igualmente Cristo. El mundo disgregado por el pecado ha encontrado, por fin,su vínculo de unión -Cristo-, que será su plenitud cuandolo creado sea exaltado con Cristo. Tal es el misterio escondido en el pasado.Para poder comprender necesitamos que nos ilumine la sabiduríay la prudencia procedentes de lo alto. A la vez que alabamos al Padrede las luces, pidámosle que la «Luz penetre en nuestrasalmas». Que Ella nos conduzca a la plenitud del misterio de Dios.
Resonancias en la vidareligiosa
Raíces de nuestraidentidad: Nuestra identidad arraiga en el misterio insondable de Dios.Emanamos como personas y como comunidad de su misteriosa actividad creadora yliberadora. Dios Padre nos ha dado la vida, la Vida que es Cristo paravivificarnos y liberarnos definitivamente del reino de la corrupción yde la muerte. Dios Padre da una impronta de valor infinito a esavocación y con-vocación que nos ha reunido aquí encomunidad; porque la llamada escuchada por cada uno de nosotros no era sino laPalabra, vocadora y con-vocadora del Padre, Jesús, y no, nuestrosgustos, apetencias o inclinaciones.
Dios Padre conoce la desviaciónpecadora de nuestra existencia y nuestro extravío permanente. Élnos ha perdonado a través de la actitud perdonadora del SeñorCrucificado, dando así un nuevo relanzamiento a la vocaciónoriginal.
Dios Padre nos ha comunicado suEspíritu para que conozcamos y saboreemos el secreto del mundo,derrochando con nosotros su encantadora benevolencia.
Elegidos por el Padre en la Palabra,restaurados en el perdón, alentados en el Espíritu, glorifiquemosy alabemos el Misterio de Dios, seamos santos e irreprensibles ante Élpor el amor.
Oraciones sálmicas
Oración I: Te bendecimos, Dios y Padre de nuestroSeñor Jesucristo, por que has tenido a bien suprimir la maldiciónque pesaba sobre la tierra y congregar a todos los hombres en CristoJesús, tu Hijo Bendito. Que tu bendición llegue hasta losconfines del orbe para que todos los hombres reciban el Espíritu de laPromesa. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Te alabamos y te bendecimos,Dios nuestro, porque, sin mérito de nuestra parte, te dignaste elegirnosen la persona de Cristo antes de crear el mundo; tu generosidad ha sido grandecon nosotros. Acrecienta en nosotros el espíritu filial, para que lavida de tus hijos redunde en alabanza tuya. Por Jesucristo nuestroSeñor. Amén.
Oración III: Dios misericordioso, de tal suerte amaste almundo que entregaste a tu Hijo único, en el que hemos recibido laliberación junto con el perdón de los pecados; alabamos yglorificamos tu nombre santo y glorioso. Concede a tu Iglesia caminar en talsantidad de vida que sea irreprochable ante Ti por el amor que nos tienes. PorJesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración IV: Bendito seas, Padre,Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado el misterio de tuvoluntad a los sabios y prudentes y se lo has revelado a los pequeños.Reconocemos el derroche de tu amor para con nosotros. Te pedimos que tuEspíritu penetre hasta el fondo del alma de todos los hombres para quesepan leer tus designios amorosos y un día lleguemos todos a la plenitudque nos tienes preparada. Por Jesucristo nuestro Señor.Amén.
[Ángel Aparicio y JoséCristo Rey García]